viernes, 6 de noviembre de 2009

La Distimia según Mario Fattorello



LA DISTIMIA
(Extracto de "Manifiestos de Psiconomía", Mario Fattorello)

"...Al distímico le cuesta tener el humor adecuado a la circunstancia que está viviendo."


La distimia es definida generalmente por la etimología del término, «dist»: distorsión; «timia»: humor. Luego, la distimia es una distorsión o alteración del humor. Tal vaguedad en la definición no parece estar a la altura de una clasificación psicopatológica ¿Qué afección mental no altera el humor? Tal vez sea un poco más concreto decir que al distímico le cuesta tener el humor adecuado a la circunstancia que está viviendo. Pero aún así no se logra ceñir el caso, el concepto todavía no define sus límites. Intentemos demarcar el asunto.
La distimia aparece en personas que aparentemente lo tienen todo para ser felices (me disculpo por la frivolidad de la frase justificándome en el beneficio de su uso común), o, si mis disculpas fueran inaceptables, digamos entonces que no presentan causas reales para ser tan infelices, y que el carácter quejumbroso aumenta cuando su situación de vida mejora. Si, ya parece que se nos va dibujando la silueta de la distimia, esta afección parece ser una «alergia a la felicidad» y el prurito aumenta ante la proximidad de la satisfacción. En otras palabras, la distimia se presenta como una insatisfacción crónica y aquí pudiera parecer que se nos desdibuja de nuevo la semiología porque, ¡vamos, satisfecho del todo no lo está nadie!, sin embargo es justamente esto una diferenciación diagnóstica, el distímico no sufre de insatisfacción por mala fortuna, bien por el contrario, escapa de la satisfacción, es insatisfecho por voluntad propia, es justamente esa voluntad de no satisfacerse, de sabotearse toda posibilidad de goce lo que de patológico la distimia tiene.
Ahora tenemos otro término en el tapete: «autosabotaje». Y es que el distímico presenta toda una serie de intrincadas excusas para deslucir cualquier goce, para minimizar los entusiasmos, ridiculizar las alegrías, desvalorizar las más ingeniosas ocurrencias de diversión, como si estuviera ensañado contra la alegría, el distímico puede opacar el brillo de la más animada sonrisa con una mirada a lo Ebenezer Scrooge, y de paso vale asentar al personaje de Dickens como un caso muy representativo de los trastornos distímicos, y no precisamente por avaro sino por amargado. Pero a falta de los fantasmas de la navidad como terapia ¿Qué se puede hacer con la distimia?
Es justo que antes de hablar de pronósticos, tratemos de esculpir más detalladamente el contorno de esta afección, y digo que es «justo» porque de hacer justicia se trata al aclarar que la definición de diccionario que la caracteriza como una «depresión leve de larga duración» es tan vaga como la elucidación etimológica que inicia este escrito. Con esa terminología no se termina de responder las preguntas más básicas ¿Cómo se reconoce a un distímico? ¿Cómo se comporta?
Comencemos desmintiendo algunas malas famas inmerecidas por los que sufren de esta afección. Tal vez la más injusta sea el estigma de «fracasados», la de ser personas que no alcanzan metas por su pesimismo o que hunden los negocios con su mal carácter. Esta fama es incompatible con la gran cantidad de distímicos workholic que he conocido, exitosos empresarios, diligentes trabajadores, sacrificados obreros; que aunque vivan amargados, para nada son perezosos ni inactivos, si bien es cierto que también hay de estos últimos así como dicen que hay de todo bajo la viña del señor, la estadística muestra que son los menos. Y por sobre todo salgo en defensa de su carácter responsable, que estén regularmente mal encarados, insatisfechos, quejumbrosos, fastidiados, no los hace irresponsables ni indolentes, al contrario, suelen hacer suyos los problemas ajenos, los cuales le sirven para atormentarse más y justificar su eterna aflicción, muchos de ellos se comportan como más cristianos que cristo, inmolándose para salvar a la humanidad, en eso sí que hay que quitarse el sombrero ante la mayoría de ellos, no son indolentes, al contrario, cuando sus dolencias propias no le bastan van buscando achacarse las de alguien más, no crean que es fácil ser distímico, conlleva mucho trabajo tener siempre a la mano una razón para preocuparse.
Con lo expuesto, pudiéramos estar tentados a imaginar a los distímicos como nihilistas, incrédulos, ateos, en fin como realistas impenitentes; y de hacerlo no pudiera ser más disparatado nuestro juicio, ya que la distimia tiende a ser llevada como un postulado, como un martirio místico, los distímicos se vuelven expertos en crear justificaciones dogmáticas de las más diversas índoles sobre su sufrimiento, su insatisfacción se vuelve un credo dedicado al dios del progreso, al dios patria, al dios crematístico, al dios del trabajo, al dios obsesivo de la limpieza y el orden, y se inventan cruzadas personales en las que luchan contra el desorden, contra el tiempo, contra la improductividad, contra la injusticia y sobre todo contra la indiferente felicidad de quienes viven sin darse cuenta que el mundo está lleno de horrores por los que sufrir. El distímico cerró a tiempo la caja de Pandora, logró retener para sí todos los males y apenas logró escapársele la esperanza. Ahora la distimia se nos presenta como un complicado ritual mágico que de cumplirse a cabalidad otorgará un mágico e inmortal poder a su ejecutor. Y es que justamente la distimia termina transformándose en un valor para el sujeto, un sentido de vida.
Y, sin lugar a dudas, el distímico piensa y siente que el valor absoluto (algo así como una esperanza de inmortalidad) se alcanza a fuerza de obligaciones. Por ello siempre está dispuesto a posponer sus deseos (amos exclusivos del disfrute), en función el deber, las obligaciones, los compromisos. Su día a día transcurre en cumplir las tareas comunes a cualquiera y cientos de otros compromisos autoimpuestos, y cuando digo «cientos» intento remarcar que terminan imponiéndose rituales de trabajo imposibles de cumplir, la agenda diaria de un distímico nunca tiene un punto final, cada hoja está repleta hasta la última línea y termina en puntos suspensivos…
Y cada una de las tareas de su complicado y extenuante trámite cotidiano las vive como cosa de vida o muerte. Y es que el distímico toma cada autoimposición como si se jugara la vida en ello, por ejemplo: es domingo, y no haya qué hacer, entonces decide arreglar el closet pero se impone terminar el asunto antes de la hora del almuerzo, y así aquello se vuelve una angustiosa carrera contra el tiempo. Es inevitable que sus conocidos lo terminen considerando una persona que se toma las cosas muy a pecho.
El distímico no se da cuenta de serlo, no advierte que sirve a un ritual de autosabotaje, no se percibe como esclavo de sí mismo, esta dificultad de concienciación es debida en primer lugar a que la distimia no es una condición que se instaura de un día para otro, sino un mecanismo que va formándose desde la infancia, el sujeto no posee una visión de antes y después de la distimia (como sucede con la mayoría de las afecciones en las que la persona nota que sufrió un cambio), por ello las angustias con que se sabotea no las siente síntomas sino que las ve como partes de su personalidad, de su forma de ser. Además, el mecanismo distímico es tan simple que procede como una perfecta maquinaria de relojería suiza, haciendo que la distimia trabaje secretamente y de incógnita en su huésped.
El motivo de consulta de estos pacientes raras veces es la distimia misma. El distímico no suele acudir a consulta por sus síntomas sino por las consecuencias secundarias de los mismos. No pide ayuda para aliviar su insatisfacción crónica, la cual habitualmente no percibe, sino por las inconvenientes secuelas que su conducta ocasiona en sus relaciones interpersonales. Obviamente quienes logran aislarse del mundo y crear su propio microcosmos distímico, pueden pasarse la vida amargados sin sentir necesidad de cambiar.
Si quisiéramos otorgarle otro nombre a la distimia, uno apropiado sería «aflicción del ocio». Los síntomas con que el distímico se sabotea aumentan su incidencia durante el tiempo libre. El tiempo libre es tiempo de deseos y el tiempo de trabajo es tiempo de obligación. Entonces, como la satisfacción es exclusividad de los deseos, hay más satisfacciones en potencia durante un fin de semana que durante el día de trabajo, y en tanto la finalidad de la distimia es impedir toda satisfacción, su acción se precipita en el tiempo libre, inventando obligaciones y/o saboteando las satisfacciones.
También es cierto que a medida que la persona logra alcanzar sus metas, tener una holgura económica que le permita mantener cubiertas en forma sostenida sus necesidades básicas, las posibilidades de dedicarse a sus deseos aumentan el número de satisfacciones en ciernes y por ende la acción distímica, por ello otro nombre apropiado para la distimia sería «malestar del bienestar».
Creo que ya podemos abandonar el tema de la demarcación semiológica para pasar al pronóstico ¿qué hacer ante una distimia?
En 1993 descubrimos que el mecanismo de base de esta afección es el DDI (Deseo de Deseos Insatisfechos), desde entonces tratamos la afección con la técnica del DDS (Deseo de Deseos Satisfechos) y los resultados cada día son más gratificantes. La técnica le devuelve al distímico la capacidad de alcanzar satisfacción al tiempo que contrarresta sus síntomas al principio y los desarticula luego. Hoy día puede considerarse que la distimia no sólo es «tratable» sino «curable».

Psic. Mario Fattorello